Eric Holtz es grande. Es grande en todos los sentidos... desde su enorme personalidad hasta su fiel acompañante Samson, un perro bernés de montaña de 120 libras. Y a sus 52 años, este sultán del swing sigue pensando a lo grande, en jugar al límite y en dejarse la piel en el campo.
La consecuencia de eso es que acaban golpeándote, machacándote, rompiéndote los dedos de manos y pies. Jugué cinco entradas con la cara fracturada. Y rechacé salir del campo. El juego no había acabado.
Pero hace trece años, Eric estuvo a punto de decirle adiós al juego debido a un desgarro SLAP en el hombro que le impedía atrapar la pelota y lanzarla.
Casi se me saltan las lágrimas. El béisbol se ha convertido en una parte tan importante de mi vida… Como para no poder hacer lo que te apasiona y que te lo quiten. Eso es doloroso. Realmente doloroso.
Por suerte para él, uno de sus compañeros de equipo pudo ayudarle. Martin Levy no solo era el mejor jugador de tercera base con el que Eric había compartido banquillo, sino también era un cirujano especializado en Medicina deportiva del Departamento de Ortopedia de Montefiore Einstein.
Yo era deportista. Si me dieran un golpe y me dijeran que no volvería a jugar, que estaba acabado… Me parecería una auténtica locura; en ese momento decidí que mi objetivo sería devolver a las personas al terreno de juego.
Yo llamo al Dr. Levy 'todos los hombres del rey'. Porque yo soy como Humpty Dumpty, y cada vez que me caigo y me rompo, él me recompone. Es difícil describir nuestra relación. Es mi médico, pero también se ha convertido en un miembro de mi familia. Es como un hermano mayor. Y no solo a mí: ha cuidado de mis hijos que también son jugadores universitarios de béisbol y sóftbol. No tengo palabras para describir la gratitud que siento por él como médico, y obviamente, como amigo.
Hoy en día, jugadores de béisbol que tienen la mitad de la edad de Eric se esfuerzan por seguirle el ritmo. Y cuando no está robando bases en el jardín o lanzando línea rectas, dirige un exitoso centro de entrenamiento para jugadores universitarios, tanto de ligas menores como mayores.
Si el Dr. Levy no me hubiera recompuesto y cuidado, no podría estar hoy haciendo lo que hago. Mi padre murió cuando tenía 51 años, yo tengo 52 y sigo jugando con chicos que tienen la mitad de mi edad. Estoy aquí lanzando mil pelotas de béisbol diarias. Hay días que doy once clases. Once clases significan cinco horas y media de pie lanzando pelotas de béisbol, de sóftbol y, sí, por supuesto, golpeado. Pero aun así estoy feliz de poder hacer lo que tanto me gusta.
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